Cuento: "Objeto deseado" de Isabella Martiri Maidanik
Eran las ocho de la mañana, cuando yo fumaba en la paz del silencio. Toda esa armonía se derrumbó cuando sonó el teléfono. -¡Dr. Carlos Simón Martínez! – una voz de hombre muy chillona y desesperada tuvo que interrumpirme. -Por el nivel de tensión en su canto deduje que sería para resolver una incógnita. ¿Qué acaso no sabía que estaba retirado? Mi silencio se hacía eterno, por el hecho de que yo estuviera pensando en cortarle o responderle. Del otro lado del tubo se escuchaba una respiración acalórica y pesada. -Si, él habla. ¿En que lo ayudo? -Mire, yo soy el director del museo “Arte para vivir” y quisiera contratar sus servicios porque… -Disculpe, el problema es que yo ya estoy retirado… Su denso aire ya calmado se volvía a perforar… -Le pagaré $10.000 si resuelve el caso, por favor necesito su ayuda. -¿De qué se trata? -El asunto es que robaron una escultura, en verdad, la mas valiosa existente, y quisiera que usted la pueda recuperar… -Bueno dígame cuando le gustaría que nos reunamos para poder empezar la investigación. -Si es posible ahora mismo, estamos todos los trabajadores del museo reunidos, podría ser un buen momento para usted… ¿Qué le parece? -Bueno, son las ocho y cuarto, si usted le parece yo podría encontrarme en el museo a las nueve.-Me parece bien, lo esperamos con ansias.Me alisté, me puse mi sobretodo azul, me até los cordones de mis zapatos y salí. En quince minutos estuve allí. Pocas fueron las veces que había visitado el lugar, lo recordaba más grande. Al llegar toqué el timbre de la gran reja negra y enseguida me encontraba sentado en el hall principal.Cuando me atendió, supuse que era la misma persona con la que había conferenciado. Y no me equivocaba. Al llegar se presentó y me comenzó a mostrar el lugar de los hechos. Era una gran sala en el segundo piso que solo ocupaba la escultura faltante… ¿Tan importante sería? -Muy bien, quisiera que me presente a los empleados que estuvieron ayer en el museo. Fuimos a su oficina y allí fueron pasando uno a uno. El primero se llamaba Julio Suárez, era petiso y gordo, tenía bigotes, pelo negro y ojos marrones. Su mirada me desafiaba. Era el portero. El segundo se llamaba Vittorio Vasco, pelo negro al igual que sus ojos, esté era un poco más alto que el anterior y también más delgado. Tenía cara de póker y su tranquilidad no se veía alterada por los acontecimientos. Eso no fue lo que me hizo dudar de él, si no un corte en su mano derecha. Esté era el guía. El tercero era llamado Lucas Sinapelli. Era portugués, sus ojos y su pelo eran claros. Guardia del museo. Uno de sus zapatos tenía una mancha de pintura blanca en la puntera.Y también hubo un cuarto. Esté se llamaba Leandro Albanés. Me inquietó un poco su mirada. No me sacó los ojos de encima ni por un minuto. También era guardia. Al primero y al último no los conocía. A los otros dos sí. Vasco era un hombre con severos problemas emocionales y no tenía antecedentes penales. Fue un gran empresario que sufrió un ataque de depresión al darse cuenta de que su dinero no lo volvía más feliz. Necesitaba cambiar de rumbo su vida. Asó fue como decidió donar su dinero al mismo orfanato en que de chico había estado. Sinapelli tendría aproximadamente veintiséis años. Recién empezaba a trabajar ya que terminó la escuela secundaria y comenzó la facultad, pero al poco tiempo se convenció de que sus estudios no lo ayudarían en nada y comenzó la carrera policial en al “Vucetich“. Poco tiempo después estaría trabajando para el museo. Les pregunté a las empleadas de limpieza en que estado se encontraba el lugar al cerrarlo. Me dieron la siguiente descripción: Al anochecer cerraban las celosías y corrían las cortinas azules. Se apagaban las luces y se guardaba en la caja fuerte el dinero recaudado en el día. También limpiaban todas las habitaciones: primero barren, luego trapean y después limpian los azulejos. La limpieza es todos los martes y jueves. Era un viernes por lo que las habitaciones tendrían que encontrarse totalmente limpias. Les pedí a todos las personas presentes que se retirasen para poder comenzar la inspección.En la sala de la escultura encontré una piedra de encendedor al lado de una puerta de hierro blanca y muy reluciente. También encontré la cortina de la famosa habitación a medio cerrar. Su celosía correspondiente estaba cerrada, en estado normal y sin ninguna particularidad. La abrí y me encontré con un vidrio rajado. Terminé la inspección. Lo aparté al director y le pregunté si el vidrio de la habitación robada tenía una rajadura. Me respondió que no.Antes de irme, miré el frente: dentro de las grandes rejas negras había mucho pasto verde, arbustos y árboles. Al lado de la mansión había un cantero con piedras de muchos colores. Cada una de las diez ventanas tenía su reja.Hasta ese momento sospechaba de Vasco y Albanés: El primero tenía un corte en su mano y el segundo no paraba de mirarme. Suárez no tenía ninguna muestra de culpabilidad, y Sinapelli se podría haber manchado el zapato en cualquier ocasión, pero lo raro era que tenía pomada cubriendo la pequeña mancha. Eso me hacía sospechar de él.Luego llegó el momento de citarlos: Julio Suárez (portero del lugar), esa noche, tuvo que salir para ver a su hija en Luján, así que según él, no se encontraba en ese sitio. Vittorio Vasco: no era su día de trabajo, además dijo haber cenado con su esposa, la cual lo afirmó. Justificó su mano cortada con haberse lastimado con el cuchillo cocinado. Era un tajo pequeño. Era creíble.Lucas Sinapelli no tendría justificativo. Esa noche como todas las otras, tenía guardia, pero dijo que fue al baño y al salir se encontraba encerrado. Y que hoy, a la mañana, lo había sacado el director, quien me lo confirmó. Me justificó la mancha de su zapato con haber pintado en su casa hace mucho tiempo, y que siempre se pone pomada porque no tiene otro par y quiere que su calzado dé un aspecto reluciente. No le creí, porque la mancha parecía reciente. Divisé un pequeño tajo en su mano, mas chico que el de Vasco. Leandro Albanés: Su turno era de mañana. Éste no tenía ningún antecedente, ni tampoco pistas que lo acusen. Lo único que me inquietó fue su mirada. Nunca llegué a definir porqué me miraba así hasta que se me ocurrió preguntarle. Se rió avergonzado. Me pidió disculpas. Se hizo un corto silencio. Le repetí la incógnita. Me volvió a pedir disculpas y me dijo que le faltaba una mano y que estaba pendiente de mi reacción discriminante. Descubrí que me decía la verdad. Con el director decidimos publicar una nota en el diario. Al poco tiempo un taxista avisó haber dejado a un caballero morocho, alto y de ojos verdes a tres cuadras del museo. A los dos días nos llegó el dato de que éste había muerto.Comencé a investigar, y un tal Daniel Hidalgo me dijo que el asesino fue Damián Herbón. Estaría involucrado en el asunto de la escultura.Me reuní nuevamente con Albanés y me comentó cuál era la relación entre sus compañeros: el todavía no tenía relación con ninguno, ya que era nuevo en el trabajo. Me dijo que entre ellos se llevaba bien, y que Vasco era un poco sonzo.-Muchas gracias, me fue de gran ayuda; le dije.Telefoneé a Suárez y le pedí que se presente en mi oficina. Al llegar le pregunté si había oído hablar alguna vez de Herbón y me lo negó con mucha tranquilidad.Sacó su paquete de cigarrillos, estuvo a punto de sacar algo del otro bolsillo de su pantalón, pero comenzó a inquietarse y a ejercitar su nerviosismo. Luego sacó unos fósforos y prendió un cigarro.Los reuní a todos y llamé a la policía. Ya había resuelto el caso.-Suárez no fue a ver a su hija. Estuvo toda la noche en el museo. Lo venían planeando hace meses. Sinapelli entró a la casa gracias al portero, quien lo hizo pasar. Al poco tiempo llegó Herbón, quien tiró una piedra suavemente de la habitación de la escultura que tenía la celosía abierta, por lo cuál se veía luz. Vasco no tenía muy buena relación con Herbón, por lo cuál no estaba muy no estaba muy al tanto sobre la coordinación del robo. Entonces, al ver luz en la habitación, arrojó una piedra bruscamente en el vidrio y lo rajó. Sinapelli corrió la cortina y cortó apenas su mano. Vio quien era y cerró la celosía para que no se vea la luz desde la calle. Lo hizo entrar. Herbón, lo puso contra una pared y lo amenazó con su navaja. Y que si hacía alguna otra estupidez que sirva como evidencia lo mataría. Al bajar el cuchillo del cuello del amenazado le hizo un tajo en su mano. Sinapelli manchó la punta de su zapato con la puerta de la sala de la escultura que estaba recientemente pintada. Deduje que la piedra de encendedor era de Suárez porque era el único que fumaba. Y lo confirmé cuando estuvo a punto de sacar su encendedor, con la distracción de que le faltaba su piedrilla.Al terminar el operativo, Vasco se fue a su casa contento. Sinapelli fue encerrado en el baño para encubrirse. Suárez viajó hacia un pueblo cercano, y vino la mañana siguiente diciendo haber estado en Luján, junto a su hija, y Herbón se llevó la escultura y no volvió a aparecer.Sí, Suárez, Sinapelli y Herbón lo hicieron porque la escultura es la mas valiosa existente, no por la escultura en sí, sino por su contenido, era la única pieza que tenía Amaco Brusa-Fil, la piedra valiosa más cara, y ya no existía… Excepto por ésta.En cambio, Vasco estaba cansado de su vida, y si no hacía algo pronto, se suicidaría. Entonces se unió al plan para demostrarse a sí mismo que podría lograrlo.A los tres se los llevó la policía. Herbón y la escultura no volvieron a aparecer. El director del museo me pagó lo acordado y al cabo de unos años cerró su local de arte.Y eso fue todo.
5 comentarios
LUCAS -
ndn -
leonardo -
hijos de puta
mediocres..
mariano -
yamila -